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“Aquí se aplica, tu vida depende de un hilo” Entrevista con: Marcos Cruz

Por: Estefania Acosta

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Para hablar de la cultura totonaca, ¿qué mejor que un maestro que ha dedicado su vida a preservarla?

 

Marcos Cruz es un hombre multifacético, con una trayectoria que combina la agricultura, la pesca y la danza. A pesar de tener una formación académica en ingeniería mecatrónica, decidió regresar a sus raíces y dedicarse por completo a la preservación de las tradiciones culturales de su comunidad.

 

Con experiencia como volador y danzante, su conexión con la tierra, la cultura y su gente es profunda y auténtica. Esta conversación nos ofrece una mirada íntima sobre la importancia de la identidad, el trabajo de preservación cultural y el papel transformador que puede tener la danza en la vida de una persona.

¿Cómo decidiste comenzar a practicar esta tradición? ¿Quién fue quien te enseñó?

Empecé a danzar a los 11 años. Mis primeros maestros fueron Nabor Cortés Ramírez y Abad Cortés Ramírez. En ese entonces, mi papá me mandó. No fue algo que yo decidiera, pero es algo que le agradezco. Hubo un tiempo en que la dejé, como por tres o cuatro años, porque sentía ese rechazo. No hacia la cultura, sino porque cuando te vas a otros lugares, existe toda esa parte de discriminación o desigualdad étnica, que hace que uno tenga miedo de mostrarse. A los 28 o 29 años empiezo a volar y al cabo de un año ya me convertí en caporal, y empiezo también con la danza de guagua. En estos momentos soy maestro y alumno a la vez, porque enseño a los jóvenes y al mismo tiempo me sigo completando, porque aún sigo aprendiendo.

 

¿Para ti qué significa ser danzante?

Implica muchas cosas. Muchos danzan por herencia, otros por gusto… y aparte del gusto, te nace. Porque si danzas solo para verte bien o impresionar, habrá alguien que lo haga mejor que tú. Pero si danzas con el corazón, no habrá nadie que lo haga como tú. Preservar la danza no solo implica enseñar los pasos, el uso de trajes y su creación, sino también implica una cierta disciplina. Cuando utilizas una vestimenta de danzante, tienes que ser diferente en cuestiones de respeto. Son ceremonias que tienen una intención espiritual. Muchas personas lo ven como un show, pero no es así. Implica un respeto hacia la ceremonia que estás realizando, ya sea de guagua, negritos, moros, santiagueros o voladores.

 

¿Cómo fue tu primer vuelo como Volador de Papantla? ¿Qué sentiste?

Lo recuerdo bien. La primera vez sí sentí emoción y miedo, pues aquí se aplica literal: “tu vida depende de un hilo”. Pero como estaba rodeado de puros maestros, sentías esa confianza. Vas perdiendo el miedo… bueno, el miedo siempre está presente, ¿no? Ese siempre va a estar dentro de uno. Pero la cuestión aquí es saber manejarlo, estar concentrado en lo que haces.

 

¿Crees que tus mentores influyeron en tu decisión de enseñar a otros?

Sí. El maestro que me llevó a trabajar se llama Gerónimo Santes García. Él me dijo que, así como su maestro le enseñó sin cobrarle, dándole su tiempo y enseñanzas, él también me enseñó a mí de esa forma. Y así como él me lo enseñó, yo se lo tengo que enseñar a los jóvenes. Porque, aparte de ser un buen maestro, también tienes que ser un buen alumno. Tiene que ser recíproco. Yo trato de dejar un poco de lo que me han enseñado, un poco de lo que me gusta, para las nuevas generaciones.

 

¿Cuál fue la reacción de la comunidad ante la idea de una escuela de voladores y otras danzas tradicionales?

Al principio fue algo escéptico, pero también entusiasta. La comunidad del volador es muy solidaria para poder levantar el palo volador y realizar la ceremonia ritual. No solo conlleva lo artístico, también implica recursos económicos, humanos, muchas cosas. Es algo grande: una comunidad completa trabajando junta. Y sobre todo llama la atención el tema del género. Creo que siempre ha estado ahí, pero no se había visibilizado. Antes no era bien visto incluir mujeres, pero ahora la comunidad lo ha recibido muy bien. Muchas personas, por miedo o pena, no se acercan. Pero las clases están abiertas para todos: adultos, jóvenes, niños. Y, gracias a Dios, no hemos tenido inconvenientes ni económicos ni de otro tipo. Todo ha fluido bien.

 

¿Qué se siente ser el maestro de las primeras mujeres voladoras? ¿Qué esfuerzo implica para ellas practicar esta tradición tan importante?

Es un orgullo. Son las primeras niñas voladoras, un grupo conformado por mujeres. Me llena de alegría y representa una gran responsabilidad, porque ellas están arriba. Uno confía en los compañeros, tanto en el caporal como en los voladores, pero antes de que ellas se lancen al vacío, tenemos que revisar bien sus amarres. Y si algo no está bien hecho, hay que corregirlo. Hay que confiar en estas personas, y ellas también deben confiar en ti. Esa comunicación y confianza al volar con ellas es una gran satisfacción.

 

¿Crees que la inclusión de mujeres en una tradición antes solo masculina ha cambiado algo en la ceremonia y en la comunidad?

Desde que se incluyeron mujeres, hubo un cambio. La ceremonia como tal seguirá siendo como se nos enseñó, y la vamos a preservar. Pero sí hay una transformación. Tal vez no tangible, pero real: el simple hecho de que ya no sea un hombre, sino una mujer quien ocupe ese lugar dentro de la ceremonia, ya representa un cambio. Para mí, está bien. Tal vez algunos lo vean mal, pero eso depende de la perspectiva de quien lo vive o lo observa desde afuera.

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Cuéntanos, ¿cuál ha sido el momento más emotivo que has vivido como danzante?

Hay muchos momentos emotivos, pero uno muy especial fue cuando se restauró el palo en el atrio de la iglesia. El primer vuelo fue con traje regional, y el segundo con el traje de volador. Me tocó llevarlo a cabo como caporal. Ese momento se vive, no se puede explicar. Volar para tu pueblo es algo muy especial. Y otro momento que no olvido fue mientras volaba. Ya en descenso, supe que mi esposa me estaba mirando desde lejos. La busqué con la mirada, la vi, y supe que me estaba observando. Ese ha sido uno de los mejores momentos de mi vida. Ella siempre ha estado conmigo, apoyándome por más de diez años. Porque al final, una mala acción puede costar la vida.

 

¿Qué significa para ti compartir esta tradición dentro y fuera del país?

Es algo sublime. Sientes que llevas una imagen, no solo como persona, sino como representante de una cultura. Muy pocos tienen la oportunidad de salir a compartir. Muchos compañeros lo hacen en diferentes partes de México, pero hacerlo con el respaldo del Consejo de Voladores, con el apoyo del maestro Emilio Dorantes, y representar no solo tu cultura, sino a México, es muy especial. Les digo a los niños: nuestra cultura y los estudios pueden llevarnos a pisar lugares que nunca imaginamos, a conocer otras culturas y abrirnos al mundo. No podemos quedarnos solo con lo que conocemos, porque eso es solo una gota de agua… y lo que ignoramos es un océano.

 

¿Qué esperas del futuro de estas tradiciones?

Espero que mis hijos practiquen y conserven la cultura con el mismo cariño con el que yo la veo. Esa sería mi mayor satisfacción. Incluso me gustaría que formaran su propio grupo de negritos, guaguas o voladores, y que tuvieran un futuro dentro de la cultura. Que esa cultura los mantenga, que lo que hagan les sirva para solventar su vida. También deseo que sigan existiendo maestros que enseñen y hablen la lengua. Dentro de la cultura hay muchas cosas: artesanos, curanderos, sabios… y nunca se deja de aprender.

 

¿Hay alguna enseñanza de esta tradición que apliques en tu vida diaria?

El respeto a la vida misma, al entorno. Respetar aquello que te da de comer. Esta forma de vida me ha llevado a algo más espiritual. Trato de no usar químicos, de cultivar localmente, pero también reconozco que la tierra ha cambiado. Al final de cuentas, la tierra es vida. Y si la afectas, todo cambia. Incluso cuando voy a pescar, pido permiso al mar para poder obtener algo. Se trata de respetar la vida que estás tomando para poder alimentarte.

 

¿Qué mensaje compartes con tus alumnos y con quienes te escuchan?

 

Nos falta abrir los ojos para ver lo que realmente tenemos. Siempre les digo a los jóvenes y a mis hijos que estudien, que se formen, pero que no dejen atrás la cultura. Que no se sientan avergonzados, como algún día yo lo hice. Donde sea que estén, que se paren con orgullo y digan: “Vengo de tal comunidad, mi cultura es esta, mi lengua es tal.” Ese es el mensaje. Yo me siento orgulloso de tener una identidad. Habrá personas que no lo vean así, pero hay algo que nunca me van a poder quitar: mi identidad. Podrán cerrarme puertas, pero no podrán quitarme lo que soy.

 

Para finalizar, ¿quisieras compartir alguna invitación con quienes nos leen?

Que se acerquen, que pregunten, que no tengan pena. Así pueden conocer más y descubrir todo lo que la cultura tiene para ofrecer. La idea es compartirla con el mundo. Los ensayos se realizan los domingos, de nueve de la mañana a doce o una de la tarde, dependiendo del clima.

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