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"De la Infancia a la Literatura"
Entrevista con Magali Velasco

Por: Luis Lozano

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En una antigua casa del barrio San José, en Xalapa, creció Magali Velasco Vargas rodeada de libros, patios, flores moradas de jacaranda y una abuela que tejía afectos a través de la cocina. Aquella casa tenía dos patios: uno lleno de plantas y otro, más grande, donde junto a su hermano construyó una especie de casita del árbol que funcionaba como refugio de juegos, secretos y lecturas. La ciudad, en los años 80, le ofrecía una libertad difícil de imaginar hoy: caminar sola a la escuela, ir al parque Los Berros en bicicleta, asistir a talleres culturales o explorar bibliotecas, como la CIDI, que se convirtió en uno de sus espacios favoritos.

Desde pequeña, Magali fue una niña curiosa, sensible y con una inclinación especial por el arte. Aunque nunca se sintió parte del mundo deportivo, encontró en la danza contemporánea una forma de expresión corporal profunda. La pintura no fue lo suyo, pero la danza y el teatro sí lo fueron. Su cuerpo y su voz eran herramientas para interpretar emociones. Y mientras sus compañeros de escuela jugaban voleibol o participaban en competencias de atletismo, ella asistía a clases de danza, soñaba con escenarios y exploraba las emociones a través del movimiento.

Su entorno familiar era eminentemente académico. Sus padres, ambos docentes de la Universidad Veracruzana en el área de Ciencias Sociales, crearon un hogar donde el conocimiento y la cultura eran cotidianos. Sin embargo, por su constante trabajo fuera de casa, fue su abuela materna, doña Piedad, quien se convirtió en el centro emocional de su infancia. Más que una figura doméstica, era la encarnación del amor incondicional, la ternura servida en un plato caliente, la sabiduría callada que enseñaba con gestos. Magali la honraría años más tarde en su novela Cerezas en París.

Su amor por la palabra escrita nació temprano. En su casa había una pequeña biblioteca llena de cuentos clásicos ilustrados. Fue ahí donde conoció a Oscar Wilde y su Príncipe Feliz, un relato que le mostró la profundidad de la compasión, aún en personajes privilegiados. También descubrió El Principito, en una edición miniatura que intervenía con dibujos propios. Esa literatura no solo formó su sensibilidad artística, sino que le enseñó que los libros podían tocar el alma, marcar a una persona para siempre, ser una vía para interpretar el mundo con ternura y verdad.

Su formación profesional comenzó en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana, donde cursó la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana. A la par, continuó sus estudios de danza contemporánea, y aunque no se tituló en esa disciplina, dedicó años a ese arte que tanto amaba. Era común verla correr de un salón a otro, de un ensayo a una clase de teoría literaria, construyendo un camino híbrido entre el cuerpo y la palabra, entre el escenario y la página en blanco.

Su vocación por la escritura no era algo que considerara un “hobby”. Desde muy joven supo que quería escribir, investigar y crear. Por eso, continuó sus estudios en el extranjero: se trasladó a Francia y obtuvo la maestría y el doctorado en Études Romanes en la prestigiosa Universidad de la Sorbona (París-IV). Ahí, su contacto con otras lenguas, culturas y formas de pensamiento amplió su visión del mundo, la retó intelectualmente y fortaleció su compromiso con la escritura como herramienta de interpretación social.

A su regreso a México, Magali realizó un posdoctorado en El Colegio de San Luis y fue profesora-investigadora en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Hoy forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (nivel I), reconocimiento que respalda su labor académica. Pero más allá de los títulos, Magali sigue siendo aquella niña curiosa que se maravilla con los idiomas, que ama aprender, que se emociona con nuevas culturas y que siente una fascinación profunda por las diversas formas de comunicación humana.

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En 2003 obtuvo el Premio Internacional Jóvenes Americanistas por un ensayo, y en 2004 recibió el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola por su libro Vientos machos. Desde entonces, su obra ha sido publicada, comentada y estudiada en distintos espacios, consolidándola como una de las voces literarias más destacadas de su generación. Su narrativa se caracteriza por una mirada aguda, sensible y crítica, que no teme explorar las zonas oscuras del alma humana ni los conflictos de la realidad social mexicana.

Su infancia también estuvo marcada por las referencias visuales y musicales de la cultura popular. Mientras leía a Dostoyevski y Wilde, también escuchaba música pop, veía caricaturas japonesas como Candy y Rémi —esta última tan triste que su madre intentaba prohibírsela— y consumía cine de oro mexicano y telenovelas. Magali reconoce que ese cruce entre arte “culto” y cultura popular enriqueció su imaginación, formó su sensibilidad estética y le permitió dialogar con públicos diversos desde su escritura.

A lo largo de su carrera, Magali ha sido también ensayista, tallerista, promotora cultural y docente. Ha trabajado con estudiantes de diferentes niveles y contextos, compartiendo no solo conocimiento académico, sino también su experiencia vital como creadora. En cada aula intenta sembrar esa misma curiosidad que ella sentía de niña cuando caminaba hacia la biblioteca con su hermano, cuando intervenía libros o cuando inventaba coreografías con la música de fondo.

Uno de sus mayores orgullos personales ha sido conjugar su faceta profesional con la maternidad. Ser madre de un adolescente le ha traído nuevos aprendizajes y retos, pero también inspiración. Ha afirmado que mucho de lo que aprendió de su abuela, especialmente en cuanto a cuidado y ternura, lo reproduce hoy con su hijo. La cocina, los libros y las conversaciones son espacios donde el amor sigue cocinándose, transmitiendo de generación en generación.

 

En 2024 publicó su novela más reciente: Cocodrilos, editada por Sial Pigmalión y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Esta obra recibió una mención honorífica en el Cuarto Concurso Iberoamericano de Novela y Cuento Ventosa-Arrufat, destacando entre 702 obras de 25 países. El reconocimiento confirmó no solo su talento narrativo, sino también su capacidad para tocar temas urgentes desde la literatura.

 

 

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Cocodrilos es una novela negra que retrata un Veracruz herido por la violencia, la corrupción y la impunidad. Su protagonista, Santiago Becerril, es un fotorreportero que investiga el asesinato de su mentora, Amanda González. La historia se adentra en una red de desapariciones forzadas, mujeres buscadoras y funcionarios corruptos, construyendo un thriller literario que también es una denuncia social poderosa.

Lejos de idealizar la literatura como un espacio aislado, Magali entiende la escritura como una herramienta para mirar el mundo con otros ojos, para incomodar, cuestionar y también sanar. Sus textos no se limitan a embellecer el lenguaje: buscan decir algo importante, abrir preguntas, dejar huella. Y lo hace desde una mirada profundamente humana, informada por la vida, el arte y la experiencia emocional.

Hoy, Magali Velasco Vargas sigue creando, enseñando y soñando. Con una voz firme y sensible, ha tejido una trayectoria que abarca danza, literatura, academia y maternidad. En sus páginas resuena la ternura de su abuela, el bullicio de las calles xalapeñas, la dureza de los cuentos rusos y la poesía de Wilde. Y como las jacarandas que cubrían su infancia, sus palabras siguen cayendo con delicadeza, dejando un color persistente en quienes se atreven a leerla con el corazón abierto.

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